Actualizado 15 de octubre de 2013
El
particular y genuino universo de Ana García Pan se comenzó a gestar en su
juventud. Ya en 1969, con tan sólo 18 años, esta niña terrible logró la
medalla de plata en el Certamen Nacional de Arte de Málaga. Cursó estudios en
la Academia de Bellas Artes de San Fernando y consiguió becas de las
fundaciones Barrié de la Maza y Castellblanch, en 1970 y 1974 respectivamente,
para enriquecer su aprendizaje en Italia. Asimismo, obtuvo el segundo premio en
la Bienal Alfafar de Valencia y recibió ayudas, en el año 1981, del Ministerio
de Cultura.
Desde
que comenzó a participar en exhibiciones colectivas, en el año 1969, su obra ha
recorrido toda la geografía española, destacando, especialmente, la región
valenciana. Allí reside actualmente, y divide el tiempo entre sus ocupaciones
como artista y la docencia que imparte en la facultad de Bellas Artes de la
Universidad Politécnica de Valencia. Sin embargo, no se ha desligado de A
Coruña, su ciudad natal, y formó parte de importantes colectivos artísticos
coruñeses. Junto con Menchu Lamas, Ana García Pan ha sido el gran nombre
femenino del arte gallego en el crepúsculo del siglo XX. Está representada en
numerosos museos y colecciones institucionales.
Su
obra combina un magicismo de insinuaciones figurativas con el informalismo, en
un emplazamiento donde las nociones de espacio y tiempo se vuelven
indeterminadas. Parece huir, con su obra, de conceptos intrínsecos al hombre
moderno; como si reclamase una vuelta al estado natural de la existencia.
Asombra
la perfección formal de esta artista. Ana García Pan, en su afán por lograr una
obra de exquisita ejecución, convierte la pintura en un proceso lento sin caer
jamás en lo artesanal. Su informalismo abstractivo, envuelto en la lírica de
los sueños, logra con sus gamas verdes, rojas, grises o azules una plástica
serena.

La obra que mostramos en esta entrada es Composición
de 1973 y, junto a otras tres piezas de la pintora, se halla expuesta actualmente en la galería. Ese cuadro contiene todos los rasgos definidores de la mejor época de la
artista. Se trata de una tabla en la que inscribe un mundo informalista dotado
de cierto magicismo, mostrado tanto en elementos no precisables como en las
destacadas siluetas geométricas. Estas, de rojo puro, vibran sobre un
complementario campo de color verde dinamizando la composición. Parece haber en
esta obra una tímida, aunque nada desdeñable, incursión en las teorías del
color que tanta trascendencia tuvieron en el arte de fines del siglo XIX y
principio del XX. Desde las nociones intuitivas de los impresionistas a los
delirios cientificistas de Signac o Delaunay. Los gestos primarios de las
siluetas otorgan todavía mayor movimiento y vitalidad a la obra, con unas
figuras emparentables con el primitivismo de Matisse. No obstante, a pesar del
salto temporal, es todavía más cercano el referente del arte rupestre y la
primerísima escultura griega; como si a la artista le viniese la inspiración
tras contemplar las pequeñas piezas del período geométrico o los cazadores de la cueva de Valltorta.
Emparentable
con Kandinsky y Klee, en un purgatorio formal entre la monocromía del fondo y
las figuras, nos encontramos con una abstracción ingenua de líneas, de
geometría coloreada con negros y colores primarios, y hasta de unos ojos que
parecen pintados por un niño. En realidad, la obra de Ana García Pan es como la
poesía o la música, si estas disciplinas se pudieran ver. Para disfrutar de
esta obra no es necesario saber nada, sólo hay que mirar los colores y las
formas en equilibrio, como cuando nos entretenemos contemplando las estrellas,
observando el vuelo de las aves o las formas que crean las nubes. Nuestra mente
está preparada para eso. En esta obra nada es válido por sí mismo aunque haya
fragmentos cuya impecabilidad formal retenga la mirada más tiempo. Ana García
Pan es sensación.
coloreada con negros y colores primarios y hasta de
unos ojos que parecen pintados por un niño. En realidad, la obra de Ana García
Pan es como la poesía o la música, si estas disciplinas se pudieran ver. Para
disfrutar de esta obra no es necesario saber nada, sólo hay que mirar los
colores y las formas en equilibrio, como cuando nos entretenemos contemplando
las estrellas, observando el vuelo de las aves o las formas que crean las
nubes. Nuestra mente está preparada para eso.
Una obra en donde nada es válido por sí mismo aunque
haya fragmentos cuya impecabilidad formal retenga la mirada más tiempo. Ana García
Pan es sensación.
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Otras obras de Ana García Pan que se exhiben actualmente: