viernes, 3 de agosto de 2012

XAIME QUESSADA: JUEGO DE ESPEJOS (2ª parte)


París conmocionó a Quesada. Resultó decisivo su encuentro, en directo, con las diferentes manifestaciones del arte que contenía aquella ciudad en ebullición cultural. En sus visitas a los museos recibió el impacto, entre otros, de Leonardo, Rembrandt y los surrealistas; este grupo despertaría el interés de Jaime por los textos de Breton. Sin embargo, el artista ourensano también hubo de apelar a la picaresca para subsistir. Del recurso a la CRAIE, una técnica consistente en pintar con tiza de colores y carbón, surgió un pequeño colchón económico que protegía a Quesada y su grupo de la amenaza del hambre. El éxito residía en la rapidez para dibujar del pintor, que hacía que la gente se arremolinase para observar su modo de trabajar.

Su vinculación con Picasso se hace por estos años más nítida y resulta especial su relación con el “Guernica” que mantendrá hechizado a Quesada hasta sus últimos días. Obras como El dictador confirman la pasión del ourensano por aquel mural.

Su viaje continuó por el centro y el norte de Europa, por Alemania, Holanda y Bélgica, recibiendo en esos países múltiples influencias. De este modo conoció, “el expresionismo alemán, a Kokoscha, a Werkman, al alucinante anarquista Ensor”, relataba un vehemente Quesada.

A su regreso expone con éxito, en la Navidad de 1959, en el Liceo Orensano unas obras que parecen evocar a Marc Chagall y, según el crítico Antonio Risco, también habría que destacar ciertas compatibilidades con Odilon Redon.

Ya concluidos sus estudios, en mayo de 1960, pinta Estío y lo envía a la Exposición Nacional de Bellas Artes, donde consigue la tercera medalla. El éxito no se redujo a esa exposición, sino que el cuadro fue colgado en el museo de Bellas Artes de Madrid. Jaime contaba con 22 años y era el pintor más joven en exponer en ese espacio. Ese año, el artista, reconoce tres campos de influencia: la escuela de Bellas Artes de Madrid (Benjamín Palencia, Ortega Muñoz, Vázquez Díaz...), el Marc Chagall de la escuela francesa y su estancia en París.

Decide regresar a París y presenta parte de su obra en galerías de arte. El hecho de que la galería Zak expusiese un cuadro de Quesada en su escaparate, flanqueado por un Picasso y un Marc Chagall, supuso un impulso a la carrera del pintor. El cuadro se vendió y la galería Will empezó también a comprar su obra. Desde la capital francesa Quesada viajó, acompañado de sus amigos, por diferentes regiones de Europa: Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Austria... En Amberes presentaría , en la galería D'or Ekems, una muestra con arte abstracto. De este modo se estableció una fructífera relación entre pintor y marchante hasta 1963.

Poco a poco, Jaime Quesada iría labrando un nombre, especialmente tras realizar un biombo decorativo para Coco Chanel, entre la burguesía parisina. Vendió cuadros a Orson Welles, conoció a Sartre y a Simon de Beauvoir, a Edith Piaf y a Ives Montand, entre otros muchos. Recibió muchos encargos de la alta sociedad, le pedían retratos de niños y adolescentes vestidos de Pierrot, que le facilitaban la subsistencia.

En 1961 viajó a los países escandinavos donde se empapó de la obra de Edvard Münch que, tal y como afirmó, lo “influenció vivamente”. Ese mismo año participa en la exposición colectiva “20 pintores gallegos” celebrada en el Hostal de los Reyes Católicos. Una iniciativa que pretendía crear un núcleo abierto a todo aquel que tenga algo que aportar al “desarrollo y vinculación de la cultura gallega”. La participación de Quesada constituye la “primera experiencia de abstracción presentada en Galicia”, según García-Bodaño y el propio Quesada. El pintor se presentó a la muestra con tres cuadros no figurativos.

No obstante, mucho más importante para la trayectoria de Quesada sería la consolidación de su amistad con José Luis de Dios y con Acisclo Manzano que dará lugar, más tarde, a la configuración del orensano grupo “O' Volter”. Allí, en el bar de Tucho, se reúnen, además de los tres citados, intelectuales de la talla de Otero Pedrayo y Vicente Risco, quien acuñó el afectuoso término de “artistiñas” para los jóvenes creadores que allí se congregaban.

Tras el servicio militar, que acepta con resignación, expuso su obra en varias salas de Ourense y Vicente Risco presentó la exposición no sin antes asombrarse de la cantidad de dibujos que había realizado Quesada en Ceuta. Fue la trágica noticia de la muerte de su madre, mientras prestaba servicio, lo que le permitió regresar a su ciudad.

Al concluir definitivamente sus obligaciones con el servicio militar, Quesada decide embarcarse, acompañado de su hermano Antonio y de su amigo Acisclo Manzano, en un nuevo viaje a los países escandinavos. Allí pintó carteles contra el franquismo encargados por generales que se oponían al régimen y que Quesada firmaría con un pseudónimo. Esta vez además de recibir el impacto de importantes acontecimientos sociales como “las comunas sexuales, la marihuana, los Beatles y los asesinatos de Julián Grimau y Kennedy”, descubriría los cuadros de Larionov, Malevich además de grandes nombres del expresionismo alemán: Nolde, Werkman, Kirchner, Heckel y Pechstein. Lo cierto es que su pintura deambula incesantemente desde un modo de proceder a otro.

En 1964, tras su regreso a España, expone junto a Acisclo Manzano en la sala Amadis de Madrid. La crítica de Carlos Antonio Areán habla de paisajismo abstracto, de reactualización de la tradición y de intimismo expresionista. Posteriormente presentaría su obra en la galería de La Madeleine y en la Sala Ateneo de Barcelona, tras la cual regresa a París, aunque pronto emprendió un nuevo viaje. En esta ocasión pasó por la Costa Azul, Suiza, Austria, Italia, el sur de Alemania y otros muchos lugares. En ese viaje se impregna de la cultura clásica griega y descubre, definitivamente, el Renacimiento italiano.



Tras la muerte de Vicente Risco, en 1963, Quesada encontrará un nuevo referente intelectual en la figura de Ramón Otero Pedrayo. Es ahora cuando O'Volter se amplia y se forma el grupo de “Siete artistas gallegos” (ahora también forman parte del grupo Buciños, Xavier Pousa, Arturo Baltar y Virxilio) que trataban de ser la vanguardia del arte gallego y recibieron el respaldo intelectual de escritores de la talla de Blanco Amor, Tovar, Celso Emilio Ferreiro, Carlos Casares y Méndez Ferrín. Al abrigo de este colectivo, Quesada muestra una progresiva politización de su pintura, dentro de una tendencia de neofiguración crítica en la que se mantendrá durante bastante tiempo. Esta estética se hace patente en obras como Vietnam o El dictador, expuestos en la madrileña Sala Toisón, en una muestra colectiva. De El Dictador, una de sus obras más celebradas, diría García Iglesias que es “austera en lo cromático, sensible en sus valores lineales y dramática en su imaginativa temática”. El grupo no perdería consistencia hasta 1967; momento en el que Quesada instala un estudio en Madrid, en el barrio de Lavapiés, aunque sus cuadros de mayor tamaño los sigue realizando en su casa de Ourense.

En relación con esa nueva convicción política, Quesada se convierte en miembro fundador de la UPG, que abandonaría ya en 1968 por su opinión contraria a la lucha armada organizada. Sin embargo, en 1969, se adheriría a otro grupo político: el Partido Comunista. De hecho, pintó muchos pósters clandestinos para ese partido y para su brazo sindical, Comisiones Obreras. Aunque su obra ya estaba politizada previamente, algo constatable en los cuadros de la sala Toison, es ahora cuando su obra adquiere unas mayores dimensiones ideológicas. Un ejemplo de ello sería su valentía al exhibir el cuadro Réquiem polo Che, cargado de influencias picassianas y del neoexpresionismo francés, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1968, que provocó un gran revuelo. En esa misma muestra también se podría destacar Mi casa; una pieza más amable, de influencias barrocas, desde Rembrandt hasta Velázquez.

Al margen de la pintura, en este mismo período, se dedica a la ilustración. Así, entre otros trabajos, adorna el Versos prós nenos da aldea de Pura Vázquez y completa con sus imágenes una edición de obras completas de Celso Emilio Ferreiro.

Su afán aventurero, empírico, no cesaría y entre 1967 y 1969 realizaría dos viajes acompañado de miembros de Siete Artistas gallegos y de su mujer, Chus, donde adquiriría conocimientos sobre el procedimiento artístico de tiempos antiguos y de otras culturas. Italia, Grecia, el norte de África y Turquía formaban parte de ese itinerario. Tras empaparse de infinitas influencias llegaría a afirmar que “el Arte está siempre unido por el cordón umbilical de las culturas y civilizaciones del pasado”.

La multiplicidad de referencias que se pueden señalar en cada lienzo de Quessada le ha llevado a tener que justificarse ante el manido recurso, por parte de un sector de la crítica, de que el artista ourensano carece de personalidad propia. Su proceder, no obstante, hay que entenderlo como el precedente del pintor posmoderno que reinterpreta el pasado pero, por el momento, con un planteamiento estético carente de parodia que constituye un entrañable homenaje a los grandes maestros de la pintura. Quesada defendía con mucha vehemencia su manera de trabajar: “Sí. En mí hay muchos estilos y cada vez habrá más. Están confundidos los que piensan que voy a llegar a tener un solo estilo. Empecé teniendo uno. Hoy tengo más de cincuenta... el estilo nada tiene que ver con la personalidad. La personalidad es lo más sagrado del artista”