París conmocionó a
Quesada. Resultó decisivo su encuentro, en directo, con las
diferentes manifestaciones del arte que contenía aquella ciudad en
ebullición cultural. En sus visitas a los museos recibió el
impacto, entre otros, de Leonardo, Rembrandt y los surrealistas; este
grupo despertaría el interés de Jaime por los textos de Breton. Sin
embargo, el artista ourensano también hubo de apelar a la picaresca
para subsistir. Del recurso a la CRAIE, una técnica consistente en
pintar con tiza de colores y carbón, surgió un pequeño colchón
económico que protegía a Quesada y su grupo de la amenaza del
hambre. El éxito residía en la rapidez para dibujar del pintor, que
hacía que la gente se arremolinase para observar su modo de
trabajar.
Su vinculación con
Picasso se hace por estos años más nítida y resulta especial su
relación con el “Guernica” que mantendrá hechizado a Quesada
hasta sus últimos días. Obras como El dictador
confirman la pasión del ourensano por aquel mural.
Su viaje continuó por el
centro y el norte de Europa, por Alemania, Holanda y Bélgica,
recibiendo en esos países múltiples influencias. De este modo
conoció, “el expresionismo alemán, a Kokoscha, a Werkman, al
alucinante anarquista Ensor”, relataba un vehemente Quesada.
A su regreso expone con
éxito, en la Navidad de 1959, en el Liceo Orensano unas obras que
parecen evocar a Marc Chagall y, según el crítico Antonio Risco,
también habría que destacar ciertas compatibilidades con Odilon
Redon.
Ya concluidos sus
estudios, en mayo de 1960, pinta Estío y lo envía a la
Exposición Nacional de Bellas Artes, donde consigue la tercera
medalla. El éxito no se redujo a esa exposición, sino que el cuadro
fue colgado en el museo de Bellas Artes de Madrid. Jaime contaba con
22 años y era el pintor más joven en exponer en ese espacio. Ese
año, el artista, reconoce tres campos de influencia: la escuela de
Bellas Artes de Madrid (Benjamín Palencia, Ortega Muñoz, Vázquez
Díaz...), el Marc Chagall de la escuela francesa y su estancia en
París.
Decide regresar a París
y presenta parte de su obra en galerías de arte. El hecho de que la
galería Zak expusiese un cuadro de Quesada en su escaparate,
flanqueado por un Picasso y un Marc Chagall, supuso un impulso a la
carrera del pintor. El cuadro se vendió y la galería Will empezó
también a comprar su obra. Desde la capital francesa Quesada viajó,
acompañado de sus amigos, por diferentes regiones de Europa:
Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Austria... En Amberes
presentaría , en la galería D'or Ekems, una muestra con arte
abstracto. De este modo se estableció una fructífera relación
entre pintor y marchante hasta 1963.
Poco a poco, Jaime
Quesada iría labrando un nombre, especialmente tras realizar un
biombo decorativo para Coco Chanel, entre la burguesía parisina.
Vendió cuadros a Orson Welles, conoció a Sartre y a Simon de
Beauvoir, a Edith Piaf y a Ives Montand, entre otros muchos. Recibió
muchos encargos de la alta sociedad, le pedían retratos de niños y
adolescentes vestidos de Pierrot, que le facilitaban la subsistencia.
En 1961 viajó a los
países escandinavos donde se empapó de la obra de Edvard Münch
que, tal y como afirmó, lo “influenció vivamente”. Ese
mismo año participa en la exposición colectiva “20 pintores
gallegos” celebrada en el Hostal de los Reyes Católicos. Una
iniciativa que pretendía crear un núcleo abierto a todo aquel que
tenga algo que aportar al “desarrollo y vinculación de la
cultura gallega”. La participación de Quesada constituye la
“primera experiencia de abstracción presentada en Galicia”,
según García-Bodaño y el propio Quesada. El pintor se presentó a
la muestra con tres cuadros no figurativos.
No obstante, mucho más
importante para la trayectoria de Quesada sería la consolidación de
su amistad con José Luis de Dios y con Acisclo Manzano que dará
lugar, más tarde, a la configuración del orensano grupo “O'
Volter”. Allí, en el bar de Tucho, se reúnen, además de los tres
citados, intelectuales de la talla de Otero Pedrayo y Vicente Risco,
quien acuñó el afectuoso término de “artistiñas” para
los jóvenes creadores que allí se congregaban.
Tras el servicio militar,
que acepta con resignación, expuso su obra en varias salas de
Ourense y Vicente Risco presentó la exposición no sin antes
asombrarse de la cantidad de dibujos que había realizado Quesada en
Ceuta. Fue la trágica noticia de la muerte de su madre, mientras
prestaba servicio, lo que le permitió regresar a su ciudad.
Al concluir
definitivamente sus obligaciones con el servicio militar, Quesada
decide embarcarse, acompañado de su hermano Antonio y de su amigo
Acisclo Manzano, en un nuevo viaje a los países escandinavos. Allí
pintó carteles contra el franquismo encargados por generales que se
oponían al régimen y que Quesada firmaría con un pseudónimo. Esta
vez además de recibir el impacto de importantes acontecimientos
sociales como “las comunas sexuales, la marihuana, los Beatles y
los asesinatos de Julián Grimau y Kennedy”, descubriría los
cuadros de Larionov, Malevich además de grandes nombres del
expresionismo alemán: Nolde, Werkman, Kirchner, Heckel y Pechstein.
Lo cierto es que su pintura deambula incesantemente desde un modo de
proceder a otro.
En 1964, tras su regreso
a España, expone junto a Acisclo Manzano en la sala Amadis de
Madrid. La crítica de Carlos Antonio Areán habla de paisajismo
abstracto, de reactualización de la tradición y de intimismo
expresionista. Posteriormente presentaría su obra en la galería de
La Madeleine y en la Sala Ateneo de Barcelona, tras la cual regresa a
París, aunque pronto emprendió un nuevo viaje. En esta ocasión
pasó por la Costa Azul, Suiza, Austria, Italia, el sur de Alemania y
otros muchos lugares. En ese viaje se impregna de la cultura clásica
griega y descubre, definitivamente, el Renacimiento italiano.
Tras la muerte de Vicente
Risco, en 1963, Quesada encontrará un nuevo referente intelectual en
la figura de Ramón Otero Pedrayo. Es ahora cuando O'Volter se
amplia y se forma el grupo de “Siete artistas gallegos” (ahora
también forman parte del grupo Buciños, Xavier Pousa, Arturo Baltar
y Virxilio) que trataban de ser la vanguardia del arte gallego y
recibieron el respaldo intelectual de escritores de la talla de
Blanco Amor, Tovar, Celso Emilio Ferreiro, Carlos Casares y Méndez
Ferrín. Al abrigo de este colectivo, Quesada muestra una progresiva
politización de su pintura, dentro de una tendencia de neofiguración
crítica en la que se mantendrá durante bastante tiempo. Esta
estética se hace patente en obras como Vietnam
o El dictador,
expuestos en la madrileña Sala Toisón, en una muestra colectiva. De
El Dictador, una de
sus obras más celebradas, diría García Iglesias que es “austera
en lo cromático, sensible en sus valores lineales y dramática en su
imaginativa temática”. El
grupo no perdería consistencia hasta 1967; momento en el que Quesada
instala un estudio en Madrid, en el barrio de Lavapiés, aunque sus
cuadros de mayor tamaño los sigue realizando en su casa de Ourense.
En
relación con esa nueva convicción política, Quesada se convierte
en miembro fundador de la UPG, que abandonaría ya en 1968 por su
opinión contraria a la lucha armada organizada. Sin embargo, en
1969, se adheriría a otro grupo político: el Partido Comunista. De
hecho, pintó muchos pósters clandestinos para ese partido y para su
brazo sindical, Comisiones Obreras. Aunque su obra ya estaba
politizada previamente, algo constatable en los cuadros de la sala
Toison, es ahora cuando su obra adquiere unas mayores dimensiones
ideológicas. Un ejemplo de ello sería su valentía al exhibir el
cuadro Réquiem polo Che,
cargado de influencias picassianas y del neoexpresionismo francés,
en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1968, que
provocó un gran revuelo. En esa misma muestra también se podría
destacar Mi casa; una
pieza más amable, de influencias barrocas, desde Rembrandt hasta
Velázquez.
Al
margen de la pintura, en este mismo período, se dedica a la
ilustración. Así, entre otros trabajos, adorna el Versos
prós nenos da aldea de Pura
Vázquez y completa con sus imágenes una edición de obras completas
de Celso Emilio Ferreiro.
Su
afán aventurero, empírico, no cesaría y entre 1967 y 1969
realizaría dos viajes acompañado de miembros de Siete
Artistas gallegos y de su mujer,
Chus, donde adquiriría conocimientos sobre el procedimiento
artístico de tiempos antiguos y de otras culturas. Italia, Grecia,
el norte de África y Turquía formaban parte de ese itinerario. Tras
empaparse de infinitas influencias llegaría a afirmar que “el
Arte está siempre unido por el cordón umbilical de las culturas y
civilizaciones del pasado”.
La multiplicidad de
referencias que se pueden señalar en cada lienzo de Quessada le ha
llevado a tener que justificarse ante el manido recurso, por parte de
un sector de la crítica, de que el artista ourensano carece de
personalidad propia. Su proceder, no obstante, hay que entenderlo
como el precedente del pintor posmoderno que reinterpreta el pasado
pero, por el momento, con un planteamiento estético carente de
parodia que constituye un entrañable homenaje a los grandes maestros
de la pintura. Quesada defendía con mucha vehemencia su manera de
trabajar: “Sí. En mí hay muchos estilos y cada vez habrá más.
Están confundidos los que piensan que voy a llegar a tener un solo
estilo. Empecé teniendo uno. Hoy tengo más de cincuenta... el
estilo nada tiene que ver con la personalidad. La personalidad es lo
más sagrado del artista”