domingo, 28 de agosto de 2011

ÁLVARO DE LA VEGA: IDEA Y SENTIMIENTO.

La interacción - entre el arte y la artesanía, entre la idea y la materia, entre el hierro y la madera, entre el dibujo y la escultura -  nos lleva a reconocer una suerte de automatismo semántico. Según este, lo interdisciplinar se ha configurado, ya desde hace tiempo, como estructura y clave de todo el arte contemporáneo.
    Álvaro de la Vega (Paradela – Lugo, 1954) no es en absoluto ajeno a esta tendencia. Por ello, resulta conveniente situar su obra dentro del creciente bloque de propuestas que se agrupan bajo el concepto de estética relacional.
    El artista parece buscar, desde la sinceridad de la materia presentada en directo, la indisciplina. De este modo, trata de vulnerar la concepción tradicional del arte: pocas esculturas remiten de una manera tan evidente al bulto redondo estricto, clásico. Y, sin embargo, nos las propone como un saco de tierra y, así, les arranca, pretendidamente, el aura de obra de arte. Este proceder lo explica brillantemente el artista: “lo contemporáneo, entendido globalmente, no elimina la memoria del pasado como ocurre, por ejemplo, en la ciencia. El arte es fundamentalmente acumulativo”.
    Álvaro de la Vega mantiene el respeto por la materia brava, como idea permanente. Sin embargo, a pesar del arraigo de la tradición, la obra se empapa de la vivencia del mundo actual  y mantiene intacta la capacidad comunicativa con el espectador contemporáneo, sin necesidad de conectarse a un interfaz que no sea su mano y su hacha. Es hora de reivindicar a este artista por el vigor de su juicio, por su aptitud para meditar con clarividencia desde la potencia expresiva que posee un hachazo, por su destreza para precisar en formas reconocibles (manos, figuras, torsos) los conceptos más abstractos (verticalidad, tensión, líneas, planos). Porque su obra no es sólo una descarga expresiva. Porque más allá del objeto está la posibilidad de moldear el conocimiento.
    El resultado final son piezas de apariencia inacabada donde los procesos de construcción de la obra se hacen visibles. Es que Álvaro de la Vega atribuye un valor excepcional a la técnica y al procedimiento creativo. Para el artista esa visibilidad formal constituye un elemento de extrañamiento que debería desviar la atención del espectador hacia un debate técnico, estético o filosófico. Sorprende la ferocidad con la que el artista, con su hacha, trata la madera; un instrumento pasional que le confiere a las esculturas un aspecto excesivo, duro y astillado
Las formas aparentemente elementales, de personas y animales hechos exclusivamente en madera y hierro, contradicen la alta sofisticación de la idea que los guía. Y es que una herramienta tan próxima a la historia como el hacha entra en litigio con la seguridad de esa idea. Del mismo modo, Álvaro de la Vega, otra vez en un cruce de conceptos, no quiere que sus figuras sean literarias: “la idea de lo narrativo pesa, claro que pesa. Estuvo tan presente durante séculos”. Por eso, en un torso de madera que emerge del suelo o bien en un cuerpo metálico seccionado a la mitad subyacen entidades más abstractas.
    Las piezas de este escultor, además, establecen un fecundo diálogo entre la escultura y la pintura. Es quizá ese pasado como pintor el que le lleve a trabajar con un aspecto abocetado. De la Vega utiliza el hacha como un dibujante emplea el lápiz, porque aquella herramienta, con los cortes que realiza, hace líneas. No obstante, el mismo se acabaría viendo más reconocido en la escultura: “me di cuenta de que si eliminaba la trampa óptica que conlleva la pintura me sentía mucho más cómodo, mucho más cercano a los materiales que usaba”.
    Figuras humanas y animales de cuerpo entero, bustos, artefactos extraños que combinan artesanía e industria y figuras separadas por un corte axial se pueden visitar en la galería José Lorenzo. Junto a estas piezas, la galería también muestra una de las típicas manos que el artista esculpió en dimensiones colosales. Unas manos por las que todo artista guarda un cariño especial: “es la parte de mi anatomía que veo mientras trabajo, siempre están ahí delante, no me veo ni la cara, ni la espalda, pero las manos sí, les tengo una especial querencia”. Se trata, por lo tanto, de una obra que está al alcance de nuestras manos, pero que se expande en el inmenso trecho que disocia la vista de los ojos.